El masculinismo es un movimiento relativamente pequeño, y aunque ha crecido en los últimos años, sigue siendo desconocido para la mayor parte de la sociedad. ¿Por qué el avance del masculinismo es tan lento, sobretodo si lo comparamos con el feminismo?
La primera parte de la respuesta es obvia: el feminismo es un movimiento mucho más antiguo y está arraigado en la universidad, la prensa, las instituciones gubernamentales, además de contar con una base más amplia entre la población (aunque proporcionalmente hablando también sea pequeña). Además, los movimientos que en el pasado ampliaron los derechos de los hombres estuvieron marcados por una identificación política, no de género, al contrario que el feminismo. Éste creó el género como categoría de análisis, negociando con los partidos políticos que finalmente adoptaron un carácter universalista.
Sin embargo, el lento avance del masculinismo en comparación con el feminismo también obedece a otro factor importante: su adecuación a los roles de género ya establecidos. En este artículo exploraremos por qué el feminismo encaja mejor que el masculinismo.
En una sociedad tradicional, la mujer ha de ser protegida y provista. Las exigencias del feminismo actual se siguen basando en estos dos factores: la protección y, en menor medida, la provisión. Como mencioné en una entrada anterior, los movimientos para acabar con la violencia contra las mujeres son muy numerosos, pese a que la inmensa mayoría de las víctimas de homicidio son varones. Y si bien la tradicional provisión se ha modificado -con el feminismo exigiendo que se ofrezca a las mujeres las herramientas para proveerse a sí mismas como lo hacen los hombres- no se ha eliminado del todo. Sigue presente, por ejemplo, en las leyes de divorcio. El endurecimiento de la legislación para la violencia doméstica también se basa en esta dualidad de protección y provisión (en España se ofrece un salario a las víctimas del maltrato). Las exigencias actuales son otras: cuotas en la política, incentivos a emprendedoras y otro tipo de ayudas específicas para la mujer.
Antes de que mis comentaristas feministas se me lancen a la yugular diciéndome que esas medidas son necesarias, quiero recordarles que no estoy debatiendo la necesidad o no de esas leyes. Lo que estoy tratando de señalar es que suponen una continuación del discurso de protección y provisión de la mujer que existía antes del feminismo y se ajustaba a los roles de género tradicionales. La mujer pide y el hombre (o el Estado) protege y provee.
El hombre feminista, continuando con la idea anterior, también puede considerarse un heredero de los roles de género tradicionales. Defendiendo las causas de las mujeres, se reafirma en su rol caballeresco de protector. Gracias a él recibirá la atención y aprobación femeninas, algo que también ofrece un gran atractivo.
En el masculinismo, sin embargo, la transición de roles es mucho más difícil. ¿Dónde reside esa dificultad? Principalmente en la admisión de la vulnerabilidad masculina. Desde pequeño te enseñan a que no llores, porque no es de hombres, a que el dolor endurece el carácter y aguantar sufrimiento moldea tu hombría. La afirmación de que el servicio militar obligatorio te hace un hombre, por ejemplo, constituye una muestra.
Debido a que nuestra cultura valora la fuerza y dureza masculinas, admitir que el varón puede ser débil, que también sufre a causa de las presiones impuestas sobre su género, que debe ser protegido y provisto, no es una tarea fácil. Principalmente porque no acarrea ningún tipo de recompensa social. El varón feminista obtiene la atención y aprobación femeninas. El hombre masculinista recibe su reverso, tanto de hombres y mujeres feministas como de tradicionalistas: ridiculización, burla, sarcasmo y otros castigos. Si además tiene el atrevimiento de decir que sufre tanto o más que la mujer, su admisión de vulnerabilidad se vuelve imperdonable. Y esto ocurre no porque el masculinista perpetúe su rol de género tradicional, sino precisamente porque rompe con él. Por no ser el varón estoico, fuerte y agresivo que todos desean para hacer de él un buen protector y proveedor, ya sea de la modalidad tradicionalista o feminista.
Ser mujer masculinista, por otra parte, es algo impensable para buena parte de la sociedad, puesto que la dinámica donde la mujer exige y el hombre provee ha sido constante desde el tradicionalismo hasta el feminismo. Véase cómo hoy el feminismo pide a los hombres que “cedan sus privilegios” y se espera que los hombres cumplan. La mujer masculinista también invierte los roles de género, al convertirse en protectora de los hombres y rechazar que su propia vulnerabilidad sea necesariamente mayor que la del varón.
En conclusión el masculinismo progresa despacio porque no se ajusta a las expectativas de género tradicionales, al menos en contraste con el feminismo. Pero no todo es negativo. El mejor aliado del movimiento reside en un medio de comunicación que hasta hace unas décadas era inexistente: internet.
El anonimato de internet permite a los hombres expresar su vulnerabilidad y examinar su opresión sin consecuencias negativas en su vida real, y les pone en contacto con otros que piensan de forma similar. La conversación virtual también consigue a menudo que más hombres despierten y examinen el sistema de género con una mirada crítica.
Debido al tabú de la vulnerabilidad masculina dudo mucho que el movimiento derive en la implantación de medidas políticas o sociales dirigidas hacia los hombres, al menos no a medio plazo. Sin embargo, armar a los varones con el conocimiento suficiente del sistema de género, les permitirá tomar mejores decisiones y aliviar las presiones de todos aquellos que buscan anular sus necesidades emocionales para beneficiarse de su hombría.
Fuente: https://quiensebeneficiadetuhombria.wordpress.com/2013/07/19/el-lento-avance-del-masculinismo/